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Hace mucho, mucho tiempo, hubo un mago que por casualidad inventó un hechizo capaz de dar a quien lo recibiera una dentadura perfecta.
El mago decidió utilizarlo con uno de sus sapos que se transformó en un sonriente y alegre animal, que además de poder comer de todo, comenzó también a hablar gracias a su nueva dentadura.
- Estoy encantado con el cambio – repetía el sapo con orgullo – prefiero mil veces las dulces golosinas que seguir comiendo sucias y asquerosas moscas.
El mago no dejaba de repetirle:
- Cuida tus dientes si quieres mantenerlos, Sapo. Lávalos y no dejes que se enfermen ni tengan caries. Y sobre todo no comas tantas golosinas…
Pero Sapo no hacía mucho caso a las recomendaciones del mago, pensaba que su dentadura era demasiado resistente como para tener que lavarla, y las golosinas le gustaban tanto que ni intentaba dejar de comerlas.
Así que un día aparecieron las caries en su dentadura y se fueron extendiendo por su boca poco a poco, hasta que Sapo descubrió que tenía todos los dientes huecos por dentro, y se le empezaron a caer. Intentó cuidarlos entonces, pero ya poco pudo hacer por ellos, y cuando el último de sus relucientes dientes cayó, perdió también el don de hablar.
¡Pobre Sapo! Si no lo hubiera perdido, le habría podido contar al mago que si volviera a tener dientes los cuidaría todos los días, porque no había nada más asqueroso que volver a comer bichos.
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